Guido Ferrari partió a fines de mayo y ya estuvo en 10 países. Desde París, donde participó con sus obras en una exhibición en el Carrousel del Louvre, nos cuenta el paso a paso de su viaje.

23 Oct 2019
    

Una mujer mira de reojo al mate. ¿Que será? Tomando mate y contemplando la naturaleza… Pasando el rato ¿Cómo explicarle ese sentimiento a la islandesa?
Después de caminar más de 30 kilómetros por Reikiavik desde las 10 de la mañana a las 12:40 de la noche, ¿cómo es que no estoy cansado? Pues el sol estaba radiante, con anaranjado cielo y nubes rosas, así estuvo toda la “noche”.

La exhibición de mi pintura formaría parte del foro “Spirit of Humanity”, que trata sobre discusiones que abordan mayormente el bienestar humano y los problemas que lo interrumpen.

Llegué primero a la casa de “vikingur” (lo mismo que vikingo) nuestro “Guest” con cara de piedra y rudo, no le importaba decirnos las cosas directamente y sin empatía.


Fue realizado en la capital de este país y la ciudad más grande, Reikiavik.
A los participantes del foro nos facilitaron una casa en Kopavogur, la segunda ciudad más poblada a solo 5 km de Reikiavik.

Nos dieron una clave que abría la puerta muy tecnológicamente y me acomodaron en una habitación cerca de la entrada.


La casa tenía muchos artilugios para las luces y todo tipo de ellas, dimmers en todos los sectores, control remoto en algunas habitaciones con infinitas secuencias, etc… luego de unos días, al ver otros lugares entendí: el invierno en Islandia no es para cualquiera. Meses viviendo de noche con tan solo 4 hs de luz tenue. Por otro lado, en la mesa principal un canasto de vitaminas por la falta de sol.


Compartí este lugar con un profesor de Filosofía de Irán, una investigadora de cambio climático y ecológico en la Universidad de Oxford UK, un psicólogo y profesor en Swarthmore college EE. UU. y un entrepreneur iniciando un partido político diferente en Suecia, por lo que las charlas fueron diversas, pero el tema más hablado fueron los cambios climáticos.


Transcurrido el foro y despedidas las nuevas amistades, ya sin aguantar las ganas de pintar la isla, salí a dedo en busca de paisajes más naturales que la ciudad…


Cuando los vikingos llegaron a Islandia, retirados de sus batallas se dedicaron a la vida de granja y pesca. Sus granjas tienen los mismos nombres que les fueron otorgados por primera vez hace más de mil años: su lengua, debido a que estuvieron mucho tiempo aislados, tiene muy poca influencia de otros idiomas.

No soy escritor capaz de describir su asombrosa isla, pero ellos reflejan lo que viven y su obra es de fuego por dentro, armonizado con materiales rocosos y por fuera, hielo, aire congelado, rústicos. También nombran silenciosos a los dioses paganos, olvidados. Si preguntás, es una charla que les incomoda.


En la costa sureste me levantó una familia de Dubái. Mientras hablábamos de temas finitos, como la vida o no vida después de la muerte, se asombraron cuando les pregunté si se podían detener, quería bajarme, quedé alucinado con lo que veía: un volcán, congelado por fuera, en la altura, alrededor del glaciar miles de cascadas danzantes, entregándose a la tierra de pastizales, sobre ellos hermosas granjas.

De forma muy tranquila me metí a una ellas hasta encontrar mi rincón, rodeado de caballos, vacas y cabras, pero la única persona allí era yo, me sentí absorbido por su potente atmósfera, pegué un fuerte respiro y almorcé.

La pintura se hizo visible, me sentía totalmente agradecido, sabia exactamente qué quería pintar, luego de dos o tres horas de trabajo seguí explorando esos lugares, tan extraños y a la vez tan hogareños.

Otra vez a la ruta

Me levantó una pareja de alemanes bien tradicional, con la que charlé sobre arte y naturaleza. Ellos me dejaron en Selfoss, donde pasé la siguiente semana en la granja de Petra. Nacida en Selfoss, muy agradecida con lo poco que necesita para llevar una vida normal de campo.

Todas las noches de verano son un crepúsculo eterno, con ese cielo contemplaba el imponente Hekla, famoso estrato volcán más activo de la isla, que junto a otros 5 en los alrededores de ella en cualquier momento inician su erupción, así me comentaba muy tranquilamente un lugareño, acostumbrados a la actividad, con alrededor de 130 montañas volcánicas.


Me faltó probar su famoso plato hákarl, carne de tiburón curada con un repugnante olor, pero si me sorprendí de sus bananas muy verdes y pensé ‘claro, debe ser difícil traer bananas hasta aquí’. Luego me enteré de lo ingenuo de mi pensamiento, ya que gracias a su fuerte energía geotérmica, que también usan para calentar sus casas, aunque parezca increíble obtienen un buen resultado en la plantación de plátano.

Alucinado con la isla y la vida que el humano hace de rutina en lugares recónditos, me voy lleno de naturaleza, luego, claro, de un famoso baño de aguas termales en un río, a unas horas de caminata de Selfoss, completamente natural y por supuesto gratuito. Transcurrida mi estancia en Islandia cruzo volando a Oslo, Noruega. Empezaba otra aventura.

FUENTE: Diario Río Negro