La inseguridad toma terreno en nuestra localidad desde finales del año pasado, pese a que las estadísticas indiquen lo contrario... ¿Cuándo perdimos el derecho a sentirnos seguros?

15 Feb 2017
    

Con el inicio de la temporada de verano, no solo hicieron su entrada los turistas y los semáforos a San Martín de los Andes. Si bien con esto bastaría para confirmar rotundamente que ya solo queda el eco de la inocente aldea de montaña que alguna vez este lugar fue, al pueblo también le llegó el miedo de la ciudad. Ese que ataca al salir a tomar el colectivo si está muy oscuro, o al esperarlo cuando no hay nadie en la calle. O cuando caminás con plata en el bolsillo para ir a pagar los impuestos. El mismo que sentís al dejar la mochila en la playa antes de pegarte un chapuzón.  

El miedo hizo su aparición en escena despacito, como un ninja silencioso, y nos fue tocando el hombro, advirtiéndonos que aquí está. Que ya no somos tan libres como para dejar la llave del auto puesta para bajar rápido al kiosco. Que el horno no está como para andar hablando por teléfono en la calle, o para dejar sin traba la puerta de casa, aunque salgamos solo unos minutos.

En la playa, en el centro, en los barrios: El miedo a que nos roben, a que nos quieran lastimar, o a que nos desvalijen la casa cuando salimos a trabajar, está instalado. Porque ya le pasó a un amigo, a un pariente, a un vecino. Porque alguien lo contó en las redes sociales y hubo otros cientos de alguienes que dijeron que también les pasó.

Desde el inicio del 2017, la inseguridad fue protagonista de la mayoría de los diarios nacionales, provinciales y locales. Fue acá, en San Martín de los Andes, donde entraron a una casa en Alihuén Bajo y saquearon una caja fuerte, justo cuando  sus propietarios estaban trabajando.

Y fue también acá, horas más tarde, cuando entraron a una casa en Sarmiento y Roca, doblando la reja de una ventana, para dar vuelta todos los cuartos y llevarse dinero en efectivo.

Es en nuestras calles donde tajean cubiertas, prenden fuego autos y rompen parabrisas a piedrazos de vehículos en movimiento, sin importar la vida, ni la muerte de nada ni de nadie.

Y sí, fue en esta ciudad donde se llevaron una camioneta estacionada de la puerta de un supermercado y hubo que perseguirla por kilómetros hasta poder recuperarla. Donde se robaron un auto que terminó chocando contra un restaurante en la madrugada, y otro que se utilizó para robar, a mano armada, un almacén un domingo a la noche.

Imposible no hablar de cuatrerismo. De cómo los trabajadores del campo están hartos, en este último tiempo, de que les roben sus ganados. De cuántos operativos en busca de cazadores furtivos se activan en las madrugadas, mayormente en la vecina jurisdicción de Junín, deteniendo en uno de estos a un efectivo policial que estaba rematando ciervos en horario laboral, al que incluso le encontraron un silenciador y un rifle.

¡Se robaron la oveja de la Asociación Civil Puentes de Luz, que era parte de la terapia de chicos con discapacidad! ¡Y se la comieron en un asado!

En la actualidad convivimos quienes pensamos demasiado y quienes no piensan en nada. Quienes esperamos algo del mundo, y quienes esperan que el mundo se duerma para arrebatarle lo poco que le queda. Hoy, la balanza se divide entre los que no tienen vergüenza, y los que tenemos miedo.

Cabe recordar también que fue a tan solo 40 kilómetros de la localidad, en Junín de los Andes, que ocho personas encapuchadas, al más fiel estilo comando, ingresaron al domicilio de un empresario, tomaron al casero y una familia de rehenes, e hicieron pozos, desarmaron paredes y colchones, buscando plata, y terminaron llevándose vajilla.

El Comisario Rolando Ortiz, de la unidad 23 de nuestra ciudad, sin embargo aseguró que “hay menor índice de delito”, contabilizándose un 15 por ciento menos de denuncias en el pasado mes de enero, que en el mismo período del año anterior. De todos modos, destacó que la mayoría de las situaciones son originadas por delincuentes oportunistas, que aprovechan los descuidos de vecinos acostumbrados a antiguas buenas costumbres, para sacar ventaja.

Ortiz también advirtió que la modalidad más utilizada recientemente parece ser la de violentar vehículos en estacionamientos de playas, para llevarse celulares, o lo que sea que haya adentro, mientras sus ocupantes hacen senderismo o disfrutan de unas horas de aire libre.

El descuido, producto quizá de la necedad de algunos para resignarnos, parece ser el anfitrión de la inseguridad actual. Las preguntas surgen, entonces: ¿Será mejor vivir con miedo, atentos a que nada pase? ¿Es momento ya de tirar la toalla y aceptar que el mundo es otro al que conocimos y disfrutamos  y que, lamentablemente, otra vez a los buenos nos tocó perder?

“Ojalá no sea una batalla perdida”, declaró el Intendente a cargo, Sergio Winkelman, al ser consultado por este medio: “Es cierto que son flagelos de la vida moderna los modos, la droga, condimentos de este mundo que nos toca vivir y que colaboran con la inseguridad, difíciles de controlar. Se hacen un montón de acciones para evitarlo, pero evidentemente algunos casos habrán. Estamos muy lejos de estándares de ciudades grandes, aunque es cierto que algunos de los caos de inseguridad y droga actuales son producto de que en esta época del año viene mucha gente, y así como vienen turistas, también llegan amigos de lo ajeno”.

Mientras el verano pasa, las estadísticas se completan, y confirmamos si los culpables son los que vinieron o los mismos que siempre estuvieron pero con menos pudores, quedará en el aire esta sensación  de miedo, que cada día está más tangible, presente en cada acto de cada instante, y a la que nos falta solo convidarle un plato a la hora de cenar.

El miedo está hoy. Está acá. La inseguridad… ¿Pasará?