Columna Una remera que diga, para Chapelco FM 106.1 Texto: NATALIA AMENDOLARO

05 Feb 2021
    

 Manuel “Manucho” Bernabé Mujica Lainez nació el 11 de septiembre de 1910 y murió el 21 de abril de 1984, en su residencia "El Paraíso", situada en Córdoba, como consecuencia de un edema pulmonar. 


Sobre su mesa de trabajo quedó el original de una novela inconclusa titulada Los libros del sur. El escritor pasó parte de su adolescencia en Inglaterra y Francia. Tuvo diversos trabajos a lo largo de su vida, entre los cuales se puede mencionar el de periodista, traductor y crítico de arte. A su vez, era famoso por las fiestas que brindaba en su casa de Belgrano, por donde circulaban a lo largo de la noche, gente del mundo social y artistas de todas las disciplinas. Su madre, que dominaba el idioma francés, escribía obras de teatro. Por eso Manuel tuvo sus comienzos literarios a los seis años escribiendo una obra de teatro. El padre era un hombre que "fue una especie de solterón siempre"; según el mismo "Manucho" pudiera haber sido su abuelo y era un adinerado "clubman", ya que fue su padre cuando tenía 36 años siendo mucho mayor de edad que la madre.

Su abuelo paterno era Eleuterio Santos Mujica y Covarrubias —un descendiente de Juan de Garay, quien fuera gobernador de Nueva Andalucía del Río de la Plata desde 1578 hasta 1583 y fundador de las ciudades de Santa Fe en 1573 y Buenos Aires en 1580— que le inculcó el amor a la tierra natal. El abuelo materno era Bernabé Láinez Cané, quien le transmitió el gusto por la literatura. La abuela materna era Justa Varela, una sobrina de Juan Cruz y Florencio Varela. En 1949 y 1950 publicó dos libros de cuentos que, por su semejanza de temas, formas y estilo, marcan el comienzo de su madurez literaria. El primero, Aquí vivieron, recorre, a través de cuentos ambientados en distintas épocas, la historia de una quinta ubicada en San Isidro, desde su construcción hasta su demolición. El segundo, Misteriosa Buenos Aires, sigue una estructura similar, aunque en lugar de una casa recorre la historia de la capital argentina, desde su fundación en 1536 hasta el año del centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. Son cuentos en los que se mezclan sucesos históricos y personajes reales con personajes ficticios, y van desde el realismo histórico hasta lo fantástico. En ambos libros están presentes elementos característicos de la prosa de Mujica Láinez, los cuales aparecen también en sus novelas, como el uso de un lenguaje cultivado y elegante sin llegar a ser ostentoso u opaco, el interés por la historia (tanto argentina como europea) y el retrato del auge y la decadencia de la alta burguesía argentina. Antiperonista, en 1952 se presentó como candidato a legislador por el Partido Demócrata y, luego del golpe de Estado de 1955, fue designado director de Relaciones Culturales en la Cancillería. En el prólogo de El arte de viajar. Antología de crónicas periodísticas (1935- 1977), Alejandra Laera sigue las huellas del Mujica Lainez cronista (o funcionario) en sus recorridos por el mundo, donde fue testigo del ascenso del nazismo en Alemania, de la Londres de posguerra, del trasfondo revolucionario en Cuba y del fulgor de los tesoros coloniales que pueblan los museos peruanos. Manucho es reconocido por su ciclo de novelas históricas denominada "la saga porteña", conformada por Los ídolos (1953), La casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en El Paraíso (1957), además de su ciclo de novelas históricas-fantásticas constituidas por Bomarzo (1962), El Unicornio (1965) y El laberinto (1974). Además, se destacó por sus cuentos reunidos en Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950). Es a partir de la publicación -y prohibición por el gobierno militar de Juan Carlos Onganía- de la novela Bomarzo, que el escritor multiplicó la venta de sus libros y se transformó en una figura popular. Sin embargo, ninguno de sus libros forma parte, aún, de la curricula cultural educativa en nuestro país. Desde 1987 hasta 2014 funcionó en su casa cordobesa un museo dedicado a su vida y obra, que conserva tanto la biblioteca como el mobiliario y diversos objetos que fue adquiriendo en sus viajes. Algunos hitos en su vida: Manucho sufrió un grave accidente a los 4 años mientras recorría en un triciclo la azotea de su casa (donde hoy se alza el Automóvil Club Argentino, en la Avenida del Libertador). Tropezó con una inmensa olla de agua hirviente que se volcó sobre él: todo su cuerpo se volvió una llaga. Roque, el cocinero, llegó a untarlo con clara batida de pies a cabeza, salvándolo de una muerte horrible. Bernabé Lainez Cané, su abuelo materno, fue quien le transmitió el gusto por la literatura. Cuando terminó la secundaria, comenzó la carrera de Derecho, pero abandonó ese mismo año. A los 22 años se transformó en redactor del diario La Nación, inicialmente en la sección de sociedad. En 1936 se casó con Ana de Alvear Ortiz Basualdo. Tuvo tres hijos: Diego, Ana y Manuel. En su adultez, tenía un look muy particular: solía aparecer con chalecos estentóreos, monóculo y bastones ricamente ornamentados. En España le decían que parecía un viejo lord de otro tiempo, algo que no le gustaba que le dijeran. A los 59 años, se retiró del diario La Nación, vendió su casa del barrio de Belgrano y se mudó a La Cumbre. Los jardines de la casa cordobesa a la que llamó "El paraíso" -que se encuentra en Cruz Chica, a 3 kilómetros de La Cumbre-, fueron proyectados por el arquitecto y paisajista Carlos Thays, el mismo que realizó famosos parques públicos, como los de Palermo y el Botánico de la ciudad de Buenos Aires. Su primera novela, dedicada a su padre, fue escrita en francés en Europa, y se tituló "Louis XVII". Manucho llevaba bien algunas contradicciones. Por un lado, estaba casado y era padre de familia conservador de clara estirpe liberal; por otro, era homosexual y no lo ocultaba. Iba siempre acompañado de jóvenes que cambiaban con cada temporada. Una vez un amigo, en un teatro, le presentó a su joven acompañante como “sobrino” y Manucho le dijo que ya lo conocía: “Fue mi sobrino el invierno pasado”.. No le gustaba estar solo: "Quiero salir a la calle y ver gente", decía. "Para mí, la soledad no es buena", concluyó en una entrevista años después de la muerte de su madre. Visitaba con frecuencia a las videntes -siempre eran mujeres-, a pesar de ser también muy creyente. Sus extravagancias marcaron una época y una forma de insertarse en la realidad. Nadie lo hizo y, probablemente, nadie pueda volver a hacerlo como él.