Dos horas de juego sin goles, y en el fútbol es así: Cada vez que el silbato marca un nuevo inicio, no valen los 4 que le hiciste a Estados Unidos, ni lo bien que le jugaste a Panamá. Hay que volver a empezar. Y Argentina no pudo concretar. Ni en los dos tiempos iniciales, ni en los dos complementarios. Y llegaron los penales.
Decir que Messi erró uno, que Romero atajó otro, que a Biglia no lo dejaron marcar tampoco, que Mascherano no defraudó. Que nuestro 10 se fue a sentar solo al banco cuando ya la vio. Cuando le cayó que otra vez nos quedamos sin el premio mayor. Que nadie supo ni sabe por dónde empezar a consolar. Que Higuaín se comió cien goles, que el Kun se atoró en uno o dos. Se pueden decir muchas cosas, otras tantas se pueden suponer: ¿Se quedará el Tata Martino? ¿Leo volverá? ¿Nos vamos a despertar en un rato y quedará todavía este partido por jugar?
Se suma la séptima final perdida por la Selección Argentina. Al hilo. Esa, al fin y al cabo, es la única verdad. Cualquier palabra, cualquier análisis, cualquier justificativo, cuestionamiento, estaría de más.
La Selección Argentina pecheó. En el más liso y llano castellano: Pecheó. No aguantó la presión. No dio lo que se espera de un equipo para ser Campeón. No llegó. Y Chile aprovechó.