Columna de opinión por Natalia Amendolaro. Periodista digital - Arte: Ilustración de @valencacault

28 Nov 2020
    

Arte: ilustracion de @valencacault


“Bajó una mano del cielo y acariciando su pelo, rulo y señal de la cruz. La caricia de Jesús hizo posible el milagro. Convirtió la red en tierra, del balón hizo palomas que aterrizaban su paz en la isla Soledad borrando una absurda guerra. Judas no juega esta tarde, lo expulsaron por traidor y once apóstoles de cristo con sus oidos al cielo consultándole al señor. Y Jesús dijo me voy, de tacticas  ya no hablo pero un consejo les doy: la pelota siempre al diez, que ocurrirá otro milagro.” 

 Así arranca el poema que Alberto “Beto” Sueiro escribió en 1988, dedicado a Maradona y a sus dos goles milagrosos. Taxista de profesión y escritor de alma, un día de esos en que andaba buscando viajes levantó a un delincuente, que no solo le robó la recaudación, también le arrancó el estereo del auto. Situación más que típica y casi diaria en Buenos Aires, sin embargo, fue proverbial. Como relataría muchos años después, la falta de estereo le dio la oportunidad de charlar con otro pasajero, el Piti Fernandez, líder de la banda de rock Las Pastillas del Abuelo. En un momento de atrevimiento le dijo que nunca había escuchado su música, pero que lo importante era llegar con las canciones al corazón de las personas. Piti le preguntó si él escribía y Beto le recitó el poema dedicado al Diego. “Esa canción es mia, yo le voy a poner música”, dice que le dijo, y así nació Qué es Dios?, un tema que en estos días resuena más que nunca. 

 A partir de las 13:30 hs del miércoles 25 de noviembre, el mundo dejó de respirar. Durante un momento incluso se detuvo la actualización de noticias, los programas de televisión se quedaron en propaganda y las radios en música. Todos esperaban que alguien les dijera que la información de último momento era falsa, que Maradona no se había muerto, que no iban a tener que afrontar la cámara, el micrófono o el teclado con un puño atorado en la garganta. 

 Mientras las multitudes hacían fila para entrar a la Casa de Gobierno y despedir a Dios, mientras los hinchas se trepaban a las rejas y el féretro era retirado del salón para evitar incidentes, mientras los murales se llenaban de flores y se convertían en santuarios paganos, el mundo entero llenó sus anaqueles de corazones rotos, anécdotas, fotos históricas y adioses. Lo indecible es lo primero que explota y la humanidad, convertida en llanto, terminó uniendo a un planeta, atravesado por 7.000 idiomas. Esa misma tarde, y al día siguiente, y hasta hoy, que ya es viernes, sigo recorriendo los portales y las redes como quien pisa arena caliente, a los saltitos buscando un rincón que no queme porque, más allá de cualquier preconcepto, la representación gráfica del dolor siempre lastima y encontrar palabras que no caigan en lugares comunes mientras los ojos se te nublan, es peligroso. 

 Lo primero que se me viene a la mente es el párrafo final de Nocturno de Chile, una de las mejores novelas de Roberto Bolaño, que dice algo así: “Y entonces pasan a una velocidad de vértigo los rostros que admiré, los rostros que amé, odié, envidié, desprecié. Los rostros que protegí, los que ataqué. Los rostros de los que me defendí, los que busqué vanamente. Y después se desata la tormenta de mierda.” Me quedo un rato pensando en esa última oración, en una tormenta representada por memes tragicómicos, comentarios desafortunados, intencionales, la guerra de los unos contra los otros que narraba Hobbes ya en el siglo XVII, y me pregunto bajo qué bandera vamos a enarbolar nuestra próxima lucha, ahora que tantos han proclamado ésta muerte como el fin definitivo del siglo XX. “Los humanos de todas las épocas y culturas se enfrentan con la respuesta a la misma pregunta: la que plantea cómo superar la separación, cómo lograr la unión, cómo trascender la propia vida individual y encontrarse siendo uno con otros. Todo amor está teñido del impulso antropofágico”, dice Zygmunt Bauman en Amor Líquido, parafraseando un poco a Fromm. Y es que en la llamada modernidad, los vínculos han degenerado en transacciones mercantiles sustentadas en conveniencias, con la necesidad ígnea de destruir todo lo que no se ajuste perfectamente a uno mismo. Espero, deseo, demando que la próxima gran guerra sea contra la apatía, contra el descargo improductivo, contra la impunidad del anonimato; que algún aparato del bien procure poner fin a las relaciones basadas en likes, loves, hates y emojis; que tomemos este ejemplo de llanto mundial para darnos cuenta de los alcances de la globalización y entender que nunca fuimos uno, sino todos a la vez. El duelo nacional es por nosotros, que hace tiempo dimos muerte a la empatía.