María Saavedra camina por las calles de San Martín de los Andes y a cada paso le recuerdan que Papá Noel murió. Ella fue la que, después de 45 años de estar casada con él, le escuchó el último suspiro a quien estuvo detrás de la barba blanca y regaló sonrisas durante la última década de vida.
Con su panza marcada y sus ojos celestes, “era fácil disfrazarlo”. En 2010 y en los últimos años como trabajador de la Municipalidad antes de su jubilación, su parecido físico con Papa Noel lo empujó a repartir regalos para una juguetería del centro de la localidad. Año a año, la calidez y el amor que se retroalimentó con los niños no solo causa que las ventas subieran, sino que otros locales, colegios y los propios vecinos también le pedía que se acercara para las fiestas de fin de año.
“Muchas veces,10 minutos antes de brindar el 24 de diciembre, lo pasaban a buscar en auto, lo llevaban a una casa a repartir regalos y a las 2 horas volvía. Y él era feliz porque estaba con los chicos”, relató María, quien se lamentó por no poder “llegar a las bodas de oro”.
Los médicos dijeron que Hugo Simone a los 72 años murió por un ataque al corazón y María cree que la pandemia fue uno de los causales. “Hace 5 meses murió su mamá, quien vivía en Buenos Aires y no la pudo despedir. No pudo ver a sus hermanos y esa falta le dolió muchísimo. Día a día decayó, hasta el pasado jueves (29 de octubre)”, relató su esposa.
¿Cómo nació Papá Noel?
Se acercó diciembre y una rama de la extensa familia de María que tiene una juguetería pensó en él. “Somos un montón de Saavedra acá y a ellos se les ocurrió contratar a un Papa Noel para repartir regalos allá por 2010”, relató y al primero que lo habían apuntado fue a Hugo, “por su parecido”.
Y “allá fue”, la calle principal cortada y todos los niños colgándose de él, repartía frases y se sortearon algunos regalos. “Toda esa generación de jóvenes le dio mucho amor a él y creo que era recíproco, la felicidad con la que volvió ese día creo que lo impulsó a seguir siendo Papa Noel hasta su última navidad en 2019”, relató.
Se hizo tan conocido en la localidad que no solo esta tienda lo contrató, sino que otras se sumaron y un jardín de Junín lo llamó los últimos dos años para hacer el acto de fin de año. “Él no cobraba nada, ponía un tachito, el que quería aportaba y el que no, no pasaba nada. Él lo que deseaba era estar cerca de la juventud, eso lo llenaba de energía y de felicidad”, describió.
El dolor que lo entristeció
Pero, según contó María, su vida volcó hace cinco meses cuando se enteró que su madre, a la que llamaba todos los días, había muerto. “Tenía 92 años, estaba grande, aunque lo que más le afectó era no poder abrazar a sus ocho hermanos”, se lamentó la mujer.
Ante esa situación, la esposa notó como Hugo perdía esa sonrisa, esa energía y cómo se iba apagando. “Fue muy triste, él nunca fue así”, contó.
El viaje de ida
Era 29 de octubre. La religión de los aficionados a la cocina indica que es día de ñoquis. María suscribió esa excusa y amasó. “Ya me pareció raro porque cuando estaba la comida lista, Hugo no se sentía bien y no quiso comer. Se acostó”, contó.
Al terminar el solitario almuerzo, María se acercó a la pieza a ver cómo estaba. Durmieron la última siesta y ella se despertó con un grito. “Lo escuché en el baño que no se podía levantar, que lo ayudara. Lo intenté levantar y lo lleve hasta la cama. Suspiró y arrancó una película que aún sigo observando las escenas”, agregó.
Médicos, sirenas y movimiento.
“En esta semana que pasó, mi hijo me lleva todos los días a la verdulería que él tiene para que no me quede sola en casa, pero creo que es peor. A cada paso o cada persona que entra me reconoce como la esposa de Papá Noel y me hace saber todo el tiempo de que ya no está más, de que será un diciembre sin su alegría, pero también serán los próximos años, minutos o segundos sin mi mitad”, narró.
El recuerdo permanente
María estaba de camino al local de su hijo, cuando en la radio suena a todo volumen el recuerdo de Hugo. “Estaban haciéndole una entrevista a un señor que nos alquiló una cabaña en el fondo de su casa cuando nosotros nos casamos, yo ni me acuerdo de él, pero habló cosas hermosas de mi marido y me mandó fuerzas”, dijo mientras contuvo las lágrimas.
“Qué lindo es que se acuerden todos de él porque realmente era un gran tipo”, comentó mientras se emocionaba.
Entre la pandemia y la despedida
Hugo tuvo dos hijos. Uno militar que vive en Mendoza y el otro verdulero que contiene a María y recibe todo los días el apoyo de los vecinos. “El que está fuera de la provincia no puede venir. No lo dejan, tiene que hacer el test y no sé cuántas cosas más”, se quejó la madre.
“Es que Hugo siempre quiso que lo cremaran y tiráramos sus cenizas en la ruta, después de Junín, de donde él siempre fue”, contó.
Papa Noel antes de serlo y de entrar a trabajar en la Municipalidad, era camionero. “Siempre llevó y trajo cosas. Los viajes hicieron que en 1972 venga para acá y nos conocimos; después fue colectivero en la ciudad y sus últimos diez años de vida repartió regalos en el centro”, describió.
Una parte de San Martín continúa por estos días lamentándose esta pérdida. Los llamados y mensajes no cesan, y María encuentra en la cocina una conexión para sonreír. Lloró el vacío, abrazó el calor de los saludos y ahora espera que la pandemia se vaya para poder despedir como corresponde a su marido, un ícono de la ciudad.
Sus ojos azules, que se escaparon entre el gorro y la barba, seguramente seguirán en la retina de muchos jóvenes nacidos en los 2000, que creyeron que el Papá Noel que salía en las películas había llegado a San Martín. “Y un poco así fue”, río María que cree que Hugo fue eso: un personaje fantástico que hizo el mejor regalo: transmitir felicidad.