Un hombre de 85 años de nombre Vicente camina por la calle bajo la lluvia, que todavía no es mucha, aunque la suficiente para mojarle una pila de papeles que lleva en las manos enormes y secas.
Tiene las zapatillas agujereadas, una gorra rescatada para resguardarlo del agua, la mirada triste y transparente.
Detrás de lo que no parecen menos de tres hojas tamaño oficio, con letra grande, una lapicera azul le enumera los pasos a seguir para recibir una ayuda económica.
Con casi un siglo de historias, golpes y contragolpes bajo el brazo, no más de 1 metro 50 de altura, los pómulos perforándole la tirante y enflaquecida piel, Vicente vive en San Martín de los Andes desde que nació, en las calles del centro que a diario deben elegir entre almorzar o cenar, que escapan a la foto turística.
Hace poco, con ayuda de otros vecinos, pudo conseguir una cama donde descansar dignamente, en las horas que no está preocupado por la vida que quisiera tener y no puede.
Vicente no pide mucho. Un churrasco una vez por semana, cada tanto un asado. Y no puede. Antes podía, jura: Ahora no. Y a nadie le importa.
Tuvo una reunión para que lo ayudaran con algo de dinero, cuenta. Fue corta. Se llevó de ella los diez papeles, sin que siquiera le preguntaran si sabía leer o escribir, y la instrucción de llenarlos.
Que no los pierda, le recomendaron. Que son muy importantes, le advirtieron.
“Ayuda Social” dice el frente del primero de los formularios, con renglones tan angostos como las ganas de que vuelvan completos de quien se los dio. “Ayuda Social”, dice, en todas las hojas, sin escatimar el tamaño en la impresión.
El hambre de Vicente es, sin dudas, más urgente que el formulario y menos burocrático que una “ayuda” que se autoproclama como tal, sin mostrar honesta intención de preservar a su gente: A nadie le importó que Vicente no tuviera HOY qué comer. Si importara, hubieran llenado los papeles con él.
Y así, haciendo lo suficiente, a reglamento, cada tanto mostrando algún lucimiento, el mundo se divide entre quienes viven el presente empollando perpetrarse en el poder, y los pobres (los nuevos y los de siempre), que gestión tras gestión, año tras año, se siguen preguntando, “¿a alguien, alguna vez, le va a importar?”.