Nota de opinión del concejal Santiago Fernández

13 Sep 2021
    

El campeonato de lecturas sobre el resultado electoral de esta noche estará atravesado por los intereses no tan honestos de reflexionar qué pasa con la política institucional y la democracia en Argentina, sino por ocupar la posición estratégica de definir qué imagen se consolida como lectura, como punto de partida, como línea que marca la cancha a la política. En esa síntesis rápida, Tirios y Troyanos dirán que perdió el Peronismo (porque efectivamente no ganó), que ganó Cambiemos (porque efectivamente fue el frente que más votos obtuvo) y que triunfó la democracia (porque se votó en paz y se derrotó al populismo a manos de republicanos defensores de las instituciones y las libertades). Nada de eso sucedió.

El Peronismo volvió al poder unido en 2019 luego de un nuevo periodo neoliberal que hizo caer la economía tres de los cuatro años de gobierno macrista, endeudó por más de cien mil millones de dólares al Estado, duplicó la desocupación, aumentó la pobreza del 25% al 38%, provocó el cierre de más de veinticinco mil pymes y bajó el salario formal un 20% y las jubilaciones un 12%, entre otros datos de su lamentable desempeño social y económico, por no hablar del político e institucional. La propuesta del peronismo fue reactivar la producción económica y de su mano el trabajo, el salario y el bienestar, además de otros aspectos más simbólicos propios de su propia impronta cultural. No vale excusarse en la pandemia para decir que nada de aquello pudo expresarse en política como si tal cosa exculpara, no. Solo sirve el registro de tal evidencia para dejar en claro que no perdió el peronismo como resultado de la ejecución de las políticas que prometió en campaña y que, denostadas como populistas por sus adversarios, se mostraron insuficientes, irracionales o contraproducentes, no. El peronismo no ejecutó en este año y medio de gestión un programa político en línea con sus promesas electorales y su tradición nacional popular sino que administró las restricciones de la pandemia con un Estado destruido e inerme que no pudo contener la caída aún mayor de la economía y de los sectores medios bajos y populares. El plebiscito electoral no desvalorizó la aplicación de políticas peronistas sino su no aplicación, la no ejecución de un programa de reactivación del trabajo y la producción que redunde en bienestar económico. Por ende no perdieron las políticas peronistas del gobierno sino el no peronismo de las mismas.

Tampoco ganó Cambiemos. El resultado electoral muestra que la alianza neoliberal obtuvo menos votos que en 2017 (contra lo que hay que comparar) e incluso menos que el propio 2019 (que es cuando fue derrotado). Retendría las bancas en Diputados aún perdiendo tres en CABA (dato no menor). Obtiene sí más bancas en el Senado, pero no vale su comparación con la elección de 2015 puesto que en aquel entonces la alianza no existía como tal en los territorios donde hoy se disputan bancas senatoriales (y cualquier resultado es siempre más que nada). A la caída del caudal electoral peronista le corresponde también una caída electoral de Cambiemos. No retiene lo que obtuvo exponiendo sus lineamientos políticos desarrollados en los cuatro años de gobierno sino en un conjunto de impugnaciones de dudosa evidencia hacia el gobierno nacional, tales como que “vamos camino a Venezuela”, “no se consiguieron vacunas”, “se ataca a la libertad y la democracia” o “nos quieren pobres y sin educación”. Demás está decir que tales afirmaciones no se pueden sostener en datos objetivos adjudicables ni a la conducta del gobierno ni a la presunta experiencia opuesta del macrismo en los años previos. El resultado no es un voto positivo al proyecto neoliberal sino otra vez el rechazo a lo que del peronismo se construye como idea de debilitamiento institucional y cortoplacismo económico en el imaginario de sectores sociales que aspiran pertenecer a una razonabilidad antipopular, que los preserva de hallarse también víctimas de casi cuarenta años de fracaso socioeconómico de nuestra democracia. Resultado que los alía subordinados de la elite dominante y rompe la solidaridad social con los sectores populares.

Y por último: perdió la democracia. En términos netamente electorales lo único que puede mostrarse claramente ganador es el emergente de los autodenominados libertarios. Un grupo radicalizado y violento que vocifera contra la “casta política”, los “zurdos de mierda”, las “ratas” que han de “pisar con una silla de ruedas” y otras variantes igual de preocupantes que traen al debate público la violencia que el consenso democrático post dictadura había extirpado como en ningún país de la región. De más está decir que nada de eso se parece ni a la democracia ni al pensamiento liberal. Como tampoco oponerse al aborto legal, reivindicar la dictadura militar o mostrarse respaldado por el gobierno de Bolsonaro. No es nuevo esto: no existe el liberalismo en América Latina. Los que usurpan esos títulos son conservadores y reaccionarios que defienden como única libertad la de los intereses privados para imponerse ante los colectivos, lo que implica la perpetuación de una mirada rentista y dependiente del desarrollo económico nacional. Y todo esto implica una derrota democrática porque es la consecuencia del fracaso de estos cuarenta años de mejorar las condiciones de vida mayoritarias y consolidar una mirada integradora de nuestra sociedad, que nos preserve de las fracturas sociales que habilitan la violencia como expresión de las frustraciones colectivas. Nada nuevo auspicia la llegada de estos falsos libertarios que expresan miradas violentas, racistas, clasistas, misóginas y subdesarrolladas. Lo único que evidencian es que la sociedad fracturada que fue proyecto del modelo neoliberal inaugurado por la dictadura se ha consolidado y ha dado origen a sus expresiones políticas antidemocráticas con peligroso respaldo electoral.

En síntesis, queda en manos del Frente de Todos la ejecución de políticas peronistas que fortalezcan el tejido productivo y de su mano el trabajo asalariado y el mejoramiento de las condiciones de vida, de modo que el peronismo pueda ser discutido en 2023 de cara a la renovación del mandato. Por otro lado, no es alternativa electoral la alianza neoliberal que no podrá volver a prometer positivamente aquello que demostró como fracaso en su anterior gobierno. Que tales cosas sucedan serán la única garantía para la democracia plural de la que el peronismo es su principal garante socioeconómico. De fracasar tendremos como único resultado un riesgoso deterioro democrático.
 
 
 Por Santiago Fernández, concejal  del Frente de Todos